N. F. Mesa
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Recuerdos: Nuestro Parque

9/22/2012

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LA CALLE - El espacio que disponíamos para nuestras actividades era relativamente limitado.  Era un diminuto pedacito de Guanabacoa que comenzaba con solo abrir las puertas de nuestras casas, limitado por la calle “Venus” entre las calles “Cadenas” y “Jesús María”.  Esa era el área designada por nuestros padres para nuestras diversiones. En esa cuadra pequeña se efectuaban casi a diario, después de terminadas las obligaciones escolares, las más importantes competencias que se pudieran imaginar creadas por la fantasía de nuestras mentes juveniles. 
   En aquella época teníamos muy poco tráfico vehicular. Solamente, muy temprano en la mañana, perturbaba nuestra tranquilidad el paso de camiones repartiendo leche, agua mineral o el chirrido de las carretillas de algún verdulero o carbonero.  También el seco sonido de los cascos de los caballos de los campesinos entregando los pedidos de leche procedentes de sus propias vaquerías.  Después en la noche, las esperadas voces musicales de los vendedores de cariocas, periódicos y los pregones del manicero anunciando sus capiruchos de maní, así como el canto armonioso del vendedor de los sabrosos “Crocantes Habaneros”. Sonidos gratos y familiares que alegraban nuestros oídos y que aun vibran  en nuestra memoria rejuveneciendo viejos recuerdos. Recuerdos del pasado, cuando vivíamos en la unidad de nuestras familias en una Cuba tranquila, próspera y feliz.
   Nuestra calle estaba provista de aceras, pero se mantenía aún en la misma condición  que la dejó la colonia, bajo  piedras y polvo, pues ni siquiera la cubrieron de adoquines, como hicieron en muchas de las calles del pueblo. 
  Años después llegaron las maquinarias para pavimentar la calle larga de “Venus” y  con ellas vino el tráfico contínuo del progreso.  El hermoso y tranquilo pedazo de calle              -“nuestro parque”- desapareció para siempre, pero en nosotros quedó su inolvidable recuerdo.

EL CORCHO -  El corcho fue uno de nuestros pasatiempos preferidos.  Era simplemente un diminuto juego de pelota. Consistía en un sencillo corcho de los que venían en los botellones de agua mineral, que tanto se consumía, pues nuestro pueblo disfrutaba del privilegio de la pureza de sus aguas y varios manantiales como “La Cotorra”, “Lobatón”, “Fuente Blanca” y otros, suministraban el consumo de este precioso líquido. 
   El sencillo corcho era transformado en pequeña pelota incrustándole algunas puntillas a su alrededor para añadirle peso y después, era forrado con varias capas de cinta eléctrica.  El bate era algo más rudimentario, consistía en un simple palo de escoba.  Uno de sus extremos era también cubierto con cinta eléctrica para que fuera fácil sujetarlo y no resbalara de las manos.  El corcho, el palo de escoba y nuestra calle, suplían gratuitamente todos los materiales necesarios para transformar el lugar en un imaginario parque de pelota.                                                                                                                                                                   

LAS BOLAS -   A veces, la calle se convertía en testigo de complicados juegos de bolas. Todo se transformaba en un espectáculo lleno de color cuando las lanzábamos   mostrando sus bellos y radiantes colores en la claridad  del atardecer. Salían furiosas y acertadas de nuestras manos, tratando de hacer contacto con el contrincante. Cuando chocaban unas contra las otras,  producían un chasquido estridente, como si se  quejaran del inesperado golpe.  No importaba quien fuera el perdedor, los juegos siempre terminaban amistosamente y sólo había que esperar hasta la próxima competencia para recuperar las bolas perdidas… o perder algunas más. 
  Era curioso observar a todos los muchachos con sus saquitos llenos de bolas colgando de sus cintos, siempre dispuestos a encontrar un retador para  cubrir sus dedos con la tierra y el polvo que se acumulaban en la calle.

EL CAMPO DE AVIACIÓN -   Otras veces convertíamos la calle en un inmenso campo de aviación.  Construíamos pequeños aviones con papeles de diferentes colores.  Algunos llegaban a aterrizar sobre las tejas rojas de los techos de nuestras casas, escapándose de nuestro alcance.  El avión de papel que lograra más altura y duración en su vuelo y “aterrizara” sobre la calle, era el ganador.  El  premio que recibía el vencedor era la envidia de los competidores y la emoción de haber triunfado.

   EL ASOMBROSO BALÓN -  Algunas veces, no frecuentes, disfrutábamos de un espectáculo maravilloso que verdaderamente complacía nuestra imaginación. Siempre dispuesto a crear algún entretenimiento espectacular, un vecino llamado Felipe,  dotado de mucha habilidad, construía un balón que era elevado por medio de calor. El balón era colocado en el centro de la calle.
  Cuando el artefacto comenzaba a ascender lentamente hacia el cielo, llenos de asombro, observábamos como se iba convirtiendo en un diminuto punto, hasta que  desaparecía en la inmensidad del espacio azul. Para nosotros era algo extraordinario y teníamos motivo de conversación para muchos días.                                                                                                                                                                                                                                           

LOS TROMPOS -  Los trompos, con sus diferentes colores bailando sobre la acera, eran también un entretenimiento que llenaba las horas de ocio, pero tengo la impresión, tal vez muy personal, que no le dábamos mucha importancia a este juego. Hacíamos competencias, tratando de chocar con el trompo contrario y hacerle perder el balance, mientras el nuestro continuaba su baile triunfal.                                                                                                                            

LOS BARCOS DE PAPEL -  Cuando la lluvia era intensa, por nuestra calle corrían ríos caudalosos por los márgenes de ambas aceras. Ese era el momento en que las puertas de ambas aceras se abrían y todos los amiguitos lanzaban al agua numerosos barcos de papel, que navegaban rápidamente sobre la corriente.  Era una reñida regata vestida de velas blancas, que trataban de llegar, sin naufragar, hasta el próximo recodo de la esquina, donde los barquitos se perdían de vista.  El barco capaz de lograr tan difícil travesía era el triunfador. 

EL ALDABONAZO TRAVIESO -   Este juego, si lo queremos llamar así, se realizaba en horas de la noche.   Comenzábamos haciendo una fila de corredores que tenían que  imitar lo que hiciera el que iba a la cabeza.  El juego consistía en golpear fuertemente el aldabón de las puertas del vecindario con el propósito de molestar a sus moradores. Casi siempre los últimos corredores eran sorprendidos por algún vecino que abría rápidamente su puerta.  Nuestros padres eran avisados y todo terminaba con fuertes reprimendas y castigos.  La condena consistía en enviarnos a la cama después de la cena y la suspensión de la hora radial “Los Tres Villalobos”, nuestro programa preferido, que escuchábamos diariamente a las 12 meridiano. 

EL AYER -  Este es el final, en apretujado intento, de recordar algunos días lejanos de nuestra juventud en nuestra calle evocadora de tantos días del ayer, que siempre vivirán en nuestras memorias 

“EL HOY” -  ¡Cuantos recuerdos estarán escondidos en las esquinas de nuestra calle! ¿Quién vivirá en esas casas que fueron nuestras cunas y guardan silenciosas las emociones, temores e ilusiones de nuestra juventud?  ¿Encerraran aún entre sus paredes esos gratos momentos de nuestras vidas, y sobre todo, el recuerdo de nuestros padres y hermanos, que con tanto cariño y cuidado guiaron nuestro crecimiento?.                              
   ¿Quién pudiera hacer retroceder el tiempo para sentarse nuevamente en aquellas aceras y caminar libremente por esa calle donde conocíamos a cada persona?  Vecinos que eran como parte de nuestra familia, que nos habían visto nacer y crecer.  ¿Quién vivirá en esas casas?.  Yo no lo sé.  Pero desde el fondo del alma, siempre escucho una voz que me susurra que no quiere saberlo.
   En sueños, a veces nos parece caminar sobre esas aceras, recordando cada ventana, cada puerta con su escalón, donde tantas veces nos sentábamos a charlar, jugar o simplemente contemplar el atardecer del día languideciendo al acercarse la noche. 
   Cuántos recuerdos revoletean incansables en nuestras cabezas, a veces llenos de alegría, otras llenos de nostalgia y tristeza.  Sueños de un ayer lejano, pero siempre muy cerca de nuestros pensamientos.  Sueños de los cuales nunca quisiéramos despertar, para continuar viviendo en la imaginación de nuestras mentes, en aquellos días felices de juventud y volver a sentir aquella suave brisa embriagada de perfumes de picualas y jazmines que perfumaba a nuestra calle.  
   Y en esa noche maravillosa de recuerdos y de ilusiones, alzar los ojos al firmamento y ver el esplendor de tantas estrellas que Dios nos regaló, para que  iluminaran por siempre  nuestras noches… y engalanaran por siglos nuestra calle… 

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Recuerdos: La Loma del Chiple

9/14/2012

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La “ Loma del Chiple” fue en nuestra niñez como un regalo que nos obsequiábamos al final de una larga semana escolar, que entonces nos parecía interminable.  La imaginación, en aquella lejana edad, era mas poética que real.  El recorrido para llegar a la loma era la primera emoción que experimentábamos.  Las calles polvorientas y pedregosas nos parecían desprendidas de un sueño cargado de aventuras.   Después el camino, no muy largo, rodeado de la verde espesura del campo, transformaba nuestra fantasía en hermosa realidad, hasta que al fin llegábamos a nuestro destino.                                                                                 

   La loma era un remanso de paz, donde podíamos empinar los papalotes sin temor a que se enredaran en los cordones eléctricos o en los árboles que adornaban los patios de las casas de nuestro pueblo.  Así pasábamos las horas, sin que nada nos interrumpiera. 
Competíamos con los  hermosos papalotes que construíamos con  “güines” y  papeles de “china” que cuidadosamente estirábamos con el calor de las planchas, desde luego, siempre bajo el ojo supervisor de nuestras madres.

   Otros días las actividades se concentraban en juegos de pelota.  En ocasiones, nos arriesgábamos a caminar hasta el cercano río  de “Las Lajas”, que si mal no recuerdo, era más arroyo que río.  Algunos de los muchachos se atrevían a darse un chapuzón en las aguas claras.  También intentábamos pescar, aunque nunca lográbamos engarzar ningún pez y la mayoría de las veces regresábamos a nuestros hogares sin anzuelos y sin peces, pero pasábamos muchas horas agradables. 

   Otros fines de semana decidíamos ir de caza.  Entonces nuestra imaginación se volvía indómita y transformaba los campos que rodeaban la “Loma del Chiple” en selvas inexploradas.  Éramos capaces de realizar las más insólitas aventuras y los pequeños matorrales cubiertos de espinas, se convertían en impenetrables laberintos selváticos. 

   El equipo que llevábamos no era muy complicado.  Consistía en unas ligeras jaulas confeccionadas con “güines”, el mismo que usábamos para hacer los papalotes.  Dichas jaulas tenían en ambos extremos unas pequeñas trampas con el propósito de atrapar tomeguines.  En el interior de estas trampas colocábamos comidas.  Dentro de cada jaula teníamos un tomeguín, que saltando jubiloso, entonaba un trino que atraía a los tomeguines que moraban en esa selva creada por nuestra imaginación.   

   Ocultos y  alejados a cierta distancia de las jaulas, esperábamos ansiosos la llegada de la incauta presa, que en bandadas saltaban y revoleteaban entre los pequeños arbustos en busca de comida.  La primera señal que recibíamos de su presencia era el agudo vibrar de sus gorgojeos.  Después imperaba la impaciencia.  En silencio, aguardábamos el instante en que los pequeños pájaros se posaran en los bordes de las jaulas y comenzaran, con sus diminutos saltos, a acercarse curiosos y hambrientos a las trampas que parecían bocas abiertas en acecho de un delicioso manjar.  La espera no era muy larga.  Al fin saltaban dentro de las trampas en busca de la comida y sorprendidos quedaban atrapados. Revoleteaban desesperadamente, tratando en vano de escapar de las pequeñas trampas. Habituados a la inmensidad del espacio, se negaban a vivir sin la libertad de sus alas. 

   Poco después, con sumo cuidado, pasábamos los tomeguines capturados a unas jaulas de mayor capacidad, las cuales forrábamos en todo su alrededor con papel de periódicos, para que los tomeguines no pudieran ver más allá de sus jaulas. Así había que mantenerlos por algunos días, hasta que se habituaran a vivir en su prisión.     

   Pero no era mucha la espera.  El mismo día que regresábamos a nuestros hogares, el remordimiento de la culpa de enjaular a unos pajaritos pesaba más en nuestras conciencias que el deseo de poseer sus cantos enjaulados.  Y como si nos liberáramos de un gran pecado, abríamos las puertas de las jaulas y los devolvíamos nuevamente a su libertad.  Emocionante ver esas alas gozosas  revoleteando alegres y libres en nuestro cielo azul.  Pronto volverían nuevamente a trinar entre los espinosos matorrales que rodeaban la “Loma del Chiple”.  

   Otras veces decidíamos explorar todos los rincones de “La Loma del Chiple”.   Su parte más empinada estaba coronada de algunas discretas elevaciones que formaban pequeñas hondonadas a sus alrededores y nos contaban que eran trincheras, donde se refugiaban los combatientes guanabacoenses para resistir la invasión inglesa que ocupó la Villa.   No sé si esto es parte de nuestra historia o producto de la fantasía popular, pero este es tema para nuestros historiadores.

  “La Loma del Chiple” es uno de los tantos recuerdos de una juventud sana y alegre que  permanece viva en la mente, como un hecho que hubiera sucedido realmente en el día de “ayer”. 

  Quiera nuestro Dios, que algún día, podamos sentir bajo nuestros pies los guijarros, las piedras y el polvo del mismo camino que nos llevaba hasta la loma de nuestros recuerdos. Y escuchar, nuevamente, el alboroto y la camaradería de los buenos amigos que llenaron nuestra juventud de tanta felicidad y que en su compañía, emprendimos tantas veces, en franca armonía, el inolvidable recorrido hacia la “Loma del Chiple.”   


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Recuerdos: 28 De Enero en Guanabacoa

9/5/2012

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“Honrar honra.” - José Martí
   El 27 de enero representantes de casi todas las organizaciones sociales y culturales de Guanabacoa, entre ellas el Liceo Artístico y Literario, la Logia Masónica “Hijos de la Luz”, la Logia Ajefista “Rafael J. Reyes”, miembros del “Casino Español”, de la “Sociedad Progreso”, de la “Alianza Juvenil”, del “Club de Leones”, del “Club  Rotario” y algunos representantes del Ayuntamiento, se reunían frente a la estatua de José Martí en el Parque Central, esperando las 12 de la noche para celebrar el nacimiento de nuestro Apóstol.  Algunos disertadores elogiaban la obra y la memoria del Apóstol y se colocaban las primeras ofrendas florales junto a su sencillo busto.

   A la mañana siguiente, 28 de enero, el pueblo despertaba con sonidos de tambores y trompetas, que sorprendían la habitual tranquilidad matutina de Guanabacoa.  Con las bandas de música de los colegios, seguidas de los estudiantes, que enarbolando nuestra hermosa bandera marchaban marcialmente, se iniciaba el desfile anual en que participaban todos los colegios y  organizaciones de la Villa de Pepe Antonio.

   La estatua de Martí, regalo de la Logia Masónica “Hijos de la Luz” al pueblo de Guanabacoa, se levantaba discretamente en el Parque Central en la intersección de las calles Martí y Pepe Antonio.  Los colegios y organizaciones colocaban coronas de flores alrededor de la estatua, mientras el pueblo entusiasmado, se acumulaba en el parque y en las aceras por donde transcurría el desfile. 

   La tímida brisa invernal de nuestras mañanas de enero refrescaba el ambiente lleno de emoción y patriotismo, mientras los estudiantes marchaban luciendo sus bellos uniformes.

   Siempre era esperada la presencia de las “Escuelas Pías” con su nutrida representación estudiantil, que marchando airosos, exhibían sus costosos trajes de gala y sus guantes blancos, que resaltaban sobre el color azul oscuro de sus vestimentas.  Pero al final, como olvidados, le seguían los alumnos pobres del mismo plantel con diferentes uniformes, que si bien  recibían gratuitamente la misma calidad de enseñanza y disciplina dispensada a los otros estudiantes, eran segregados del cuerpo oficial ocupando aulas diferentes y posiciones separadas en los desfiles.  Bien hubiera podido ese colegio católico, holgado económicamente, haber vestido con el mismo atuendo y reunido en las mismas aulas a todos sus estudiantes para no crear distinciones.   

   Al final del imponente desfile era obligada la visita al Liceo Artístico y Literario que recibía al inmenso público con sus ventanales abiertos, para que todos pudieran admirar la tribuna desde donde Martí, en cinco ocasiones, deleitó con su verbo a nuestro pueblo.    

   Después, la Logia Masónica “Hijos de la Luz” y la Logia Ajefista “Rafael J. Reyes”,  se 
 encaminaban hacia la residencia de Gerardo Castellanos, nuestro historiador, que fuera amigo y emisario personal de Martí en peligrosas encomiendas.

   El glorioso mambí recibía a los visitantes en su “Celda de Paz y Luz”, como                                                                                                                                                                                                                                                       llamaba a su estudio cargado de libros y allí entre recuerdos, gestionando esas manos que habían esgrimido el machete redentor y estrechado la mano de Martí, brindaba sus charlas interesantes, que hacían revivir hazañas heroicas de nuestra Guerra de Independencia.  La figura legendaria, que era parte viviente de nuestra historia, hacía acrecentar con su palabra el amor eterno a la patria en el sentimiento de todos los que le escuchaban. 

   Así era Guanabacoa, llena de recuerdos de nuestro heroico pasado, cuando palpitaba bien profunda, como la sentimos hoy, la lealtad e identificación con las raíces que nos atan a las generaciones que nos han precedido, a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros bisabuelos, que habitaron en ese inolvidable pedazo de nuestra Cuba y nos transmitieron su amor a la patria.  A ellos va todo nuestro agradecimiento y cariño, por habernos hecho herederos de tanta riqueza espiritual e histórica. 

   Así era Guanabacoa, hasta que el comunismo llegó para destruir lo que constituía  la riqueza del pueblo, nuestro pasado,  nuestra historia, nuestro derecho a  expresarnos libremente en acción y en pensamiento.  Y no solo  se contentaron  con destruir nuestra libertad, sino que se ensañaron en nuestra juventud, asesinando en el paredón tantas vidas jóvenes y valiosas de nuestro pueblo, mientras los “amigos” de América, indiferentes, cerraban sus ojo y oídos”. 

   Pero mantengamos por siempre los recuerdos de nuestro ayer y transfirámoslos a nuestros hijos, a nuestros nietos para que no mueran jamás. Recordemos por siempre cuando Guanabacoa era un pueblo feliz, que vivía  con las puertas de sus casas siempre abiertas, escuchando la risa alegre de los niños que jugaban sin temor en las calles.  Roguemos al Señor, que algún día no lejano, vuelvan otra vez a escucharse en nuestras calles, ya libre de la odiosa vigilancia comunista, esas risas infantiles vibrando llenas de alegría, de amor y de inocencia.

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    N.F.Mesa;
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    El autor ha sido desde niño un asiduo estudioso de José Martí. En su juventud escribió en diversas publicaciones.
    Emigró a los Estados Unidos con su familia en 1966. Reside actualmente en New York y continúa investigando todo lo relacionado con José Martí.

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